¿Alguna vez te has cuestionado que tus síntomas no son «suficientemente reales»´, pues para los demás “sólo están en tu cabeza» y das crédito a ello y no a tu cuerpo? ¿Te levantas con un dolor cuya causa no reflejan los análisis de laboratorio, pero que siembra duda en ti? El síndrome de la impostora puede ser la respuesta a estas preguntas en muchos casos.

Por lo que quiero que sepas algo desde el principio: no estás sola, no estás loca, y tus síntomas son reales. Durante años, yo también viví en esa incertidumbre. Cargaba con una fatiga que me hacía sentir como si caminara en arenas movedizas. Mis articulaciones dolían sin razón aparente. Subía de peso sin importar lo que comiera. Perdía el cabello a puñados. Pero cuando buscaba ayuda, siempre escuchaba: «Tus análisis están bien. Debe ser estrés. Tan sólo busca relajarte».
Lo que no sabía entonces era que estaba viviendo una versión cruel del síndrome de la impostora. No sólo dudaba de mi capacidad profesional o mis logros: dudaba de mi propio cuerpo. Dudaba de mi dolor. Dudaba de mi cansancio. Me sentía culpable por estar «inventándome» una enfermedad que, años después, confirmé era muy real: el hipotiroidismo de Hashimoto.
¿El síndrome de la impostora inflama?
Primero veamos qué describe esta conducta. El síndrome de la impostora es un patrón de pensamiento que te hace dudar constantemente de tus logros, habilidades o competencias. Es esa vocecita que te dice que no eres suficientemente buena y que en cualquier momento alguien va a descubrir que eres un «fraude».
No es un diagnóstico clínico que encontrarás en un manual médico, pero créeme, sus efectos en tu vida son muy reales. Afecta tu autoestima, tu seguridad y, como verás en un momento, también tu salud física.
Tal vez te estés preguntando: «¿Cómo sé si esto es lo que me está pasando?» Te describo aquí algunas señales y observa si alguna resuena contigo:
- Eres tu crítica más dura: Sientes que nunca haces lo suficiente, sin importar cuánto te esfuerces. Otros pueden celebrar tus logros, pero tú solo ves lo que pudiste mejorar.
- Vives con miedo a ser descubierta: Hay una parte de ti que piensa que en cualquier momento alguien notará que no eres tan capaz como pareces.
- Minimizas tus éxitos: Cuando logras algo, inmediatamente lo atribuyes a la suerte, al timing perfecto, o a la ayuda de otros. Nunca a tu propio esfuerzo, inteligencia o habilidad.
- El perfeccionismo te paraliza: Estableces estándares tan altos que son casi imposibles de cumplir. Y cuando no los alcanzas, son tu evidencia de que no eres suficientemente buena.
- Los elogios te incomodan: Cuando alguien te felicita o reconoce tu trabajo, sientes una incomodidad profunda. Quizás piensas: «Si supieran la verdad, no dirían eso».
¿Te sientes identificada con alguna de estas condiciones? Si es así, no estás sola en esto. Las investigaciones muestran que entre el 70% y el 82% de las personas han experimentado sentimientos del síndrome del impostor en algún momento de sus vidas.
Pero he aquí lo que quiero que entiendas: para las mujeres con condiciones autoinmunes como tú, este porcentaje podría ser aún mayor, y las consecuencias van mucho más allá de lo emocional.
El síndrome de la impostora desde la raíz
Este síndrome no apareció de la nada. No te despertaste un día sintiéndote así. Fuiste construyéndolo a lo largo del tiempo, a través de experiencias y mensajes recibidos Algunas de las raíces más comunes son:
Las expectativas que cargaste desde siempre
Como mujer pudiste crecer en un mundo que cuestionaba tu lugar en ciertos espacios. Tu liderazgo o capacidad de desempeño en determinado campo. Esos mensajes fueron grabados en tu mente, aunque ya no los escuches en voz alta.
Los mensajes de tu infancia
Quizás en tu familia había expectativas muy altas. Acaso el amor y la aprobación esperados dependían de tus logros, no de quien eras. O por el contrario, nunca recibiste la validación emocional que necesitabas, sin importar lo que hicieras.
El entorno en el que te movías
Si trabajaste o estudiaste en ambientes altamente competitivos (corporativos, académicos, de alto rendimiento), aprendiste que mostrar vulnerabilidad era peligroso. Cualquier signo de debilidad podría ser usado en tu contra.
La falta de modelos a seguir
Si fuiste de las pocas mujeres en tu campo, o perteneces a una minoría, quizá experimentaste esa sensación de «no pertenecer». De ser la outsider. Lo que intensificó tu creencia de que estás ahí por error, no por mérito.
Ahora, si todo esto resulta suficientemente complejo de gestionar, cuando vives con una enfermedad autoinmune o inflamación crónica, el Síndrome de la Impostora toma una dimensión completamente diferente. ¡Presta atención!
Lo que callan sobre el síndrome de la impostora
Escúchame bien porque esto es crucial: aunque el síndrome de la impostora no es una enfermedad, tiene un impacto devastador en tu salud física. No es solo «algo mental». No es solo «estrés». Es una respuesta fisiológica real que está afectando tu cuerpo ahora mismo.
Déjame contarte mi experiencia. Por mucho tiempo viví en el rol de mujer exitosa, sosteniéndome como ingeniera en un mundo de hombres. Siempre dando más, más rápido, mejor. Una carrera sin tregua que me parecía normal, incluso admirable. Lo que no veía era que esa sensación constante de no ser suficiente me mantenía en un estado permanente de alerta, como si cada día fuera una prueba que tenía que pasar.
Y finalmente, mi cuerpo pagó el precio. Liberó altas cargas de cortisol y adrenalina, como sabemos las hormonas del estrés. Mi sistema no lograba diferenciar entre una amenaza tangible como un ladrón al acecho o el «peligro» de ser descubierta como un fraude. La alarma corporal era la misma.
Un síndrome crónico
Y allí lo crónico de este síndrome, haciendo permanente el estrés y por tanto llevando al límite y colapso. Esto podría pasarte si…
- Tu cortisol se mantiene elevado: Esto puede aumentar tu presión arterial, desregular tu glucosa en sangre (allí los antojos de azúcar o carbohidratos), y debilitar tu sistema inmune.
- Activas la inflamación crónica de bajo grado: Fatiga continua, cefaleas constantes, problemas digestivos. Todo en sintonía con aquella inflamación crónica activada por el estrés.
- Tu digestión se afecta: El eje intestino-cerebro es real, por lo que al estar en modo estrés constante, tu cuerpo literalmente apaga funciones «no esenciales» como la digestión adecuada. Y con ello desarrollar síndrome de intestino irritable, gastritis, acidez, hinchazón.
- Tus hormonas se desajustan: El estrés crónico puede desregular tu ciclo menstrual, contribuir al hipotiroidismo subclínico, afectar tu fertilidad. Incluso producir más testosterona o menos progesterona de la debida.
De igual forma, el síndrome de la impostora puede afectar tu salud mental:
- Depresión: Una autocrítica excesiva y la incapacidad de reconocer tus logros eventualmente te dejan sin energía emocional: desanimada,desesperanzada,desmotivada a perseverar.
- Insomnio: “Rumiar” las situaciones mentalmente antes de dormir que amenazan tu “enmascaramiento” y el ser descubierta, te producen terror, y tras esta emoción, el desvelo.
- Burnout: El síndrome de agotamiento es casi inevitable cuando sostienes niveles tan altos de autoexigencia durante tanto tiempo. Llegarás a un punto de extremo cansancio y sensación de vacuidad, convirtiendo en cargas imposibles aquellas cosas que amas hacer.
El síndrome de la impostora como factor desencadenante
Y ahora viene la parte que necesito comprendas a cabalidad, porque esto cambiará tu perspectiva sobre tu salud: el síndrome de la impostora no causa directamente una enfermedad autoinmune, pero sí puede ser un factor determinante en su desencadenamiento o en mantener tu cuerpo en un estado de desbalance.
Piénsalo de esta manera: si tienes una predisposición genética a una enfermedad autoinmune (algo que muchas de nosotras tenemos sin saberlo), el estrés crónico del síndrome de la impostora puede ser el gatillo que active esos genes. Es lo que llamamos epigenética: tus genes no son tu destino, pero el entorno (incluido el emocional) puede encenderlos o apagarlos.
Un repaso aquí de lo que desencadena un factor de estrés crónico:
- Tu sistema inmune se confunde
- Las citoquinas inflamatorias aumentan
- Desatiendes tu autocuidado
- Aumenta la vulnerabilidad de ser autoinmune
El síndrome de la impostora y tu cuerpo físico
Ahora que entiendes cómo el síndrome de la impostora afecta tu salud física, te confío que : hay razones específicas por las que las mujeres con enfermedades autoinmunes somos terreno fértil para este síndrome.
No es casualidad, tampoco tu debilidad. Es el resultado de una convergencia de factores sistémicos que han estado trabajando en tu contra desde el principio. Y entender esto puede liberarte de mucha culpa innecesaria.
Por ejemplo, atender a las tendencias sobre sesgos en el sistema médico convencional. Sobre ello un estudio publicado en el Journal of Pain Research confirma que las mujeres esperan un promedio de 4 años más que los hombres para recibir un diagnóstico de enfermedad autoinmune. Pasar 4 años de síntomas reales siendo atribuidos a ansiedad, depresión, o «problemas emocionales».
El síndrome de la impostora y tu cuerpo mental
Y sí, hablo de tu cuerpo y no tu imaginación. Un estudio de 2021 publicado en PNAS confirmó que cuando hombres y mujeres presentan exactamente los mismos síntomas, éstas tienen mayor probabilidad de que sus padecimientos sean etiquetados como «psicosomáticos».
Entonces, piensa en lo que esto hace a tu psique: vas a un profesional de la salud en quien confías, alguien que se supone debe cuidarte y creerte. Y te dice repetidamente que «no tienes nada». Que tus análisis están «perfectos» y solo necesitas relajarte, hacer yoga, dormir más.
Empiezas a creer que el problema realmente eres tú. Que estás exagerando, eres débil, una «impostora» fingiendo malestar para recibir atención o evitar responsabilidades.Y lo más cruel: cuando finalmente recibes un diagnóstico (si es que lo recibes), parte de ti todavía duda y razona: «¿Pero será verdad? ¿O simplemente encontré un doctor que me creyó?»
Lo invisible del síntoma y visible del síndrome de la impostora
Ahora agreguemos otra capa de complejidad: a diferencia de una pierna rota que todos pueden ver, la mayoría de las enfermedades autoinmunes son completamente invisibles desde afuera. Esta invisibilidad crea una disonancia cognitiva brutal, no solo en ti, sino en todos a tu alrededor.
La gente te ve funcionar (porque tienes que hacerlo, porque tienes responsabilidades, porque no quieres ser una carga, porque te han entrenado toda la vida a «poder con todo»). Y asumen que estás bien.
Un estudio publicado en Chronic Illness exploró exactamente esta experiencia. La mayoría de las personas con enfermedades invisibles reportaron sentirse obligadas a «demostrar» su enfermedad. A veces exagerando síntomas para ser tomadas en serio en el consultorio. A veces ocultando su condición para evitar el escepticismo, el juicio, o las preguntas incómodas.
¿Ves el problema? Esta presión constante de justificar tu enfermedad te convierte, irónicamente, en una impostora real. O finges estar más enferma de lo que pareces (para que te crean), o finges estar más sana de lo que te sientes (para no ser una carga). De cualquier manera, no puedes simplemente ser auténtica con tu realidad. Un ciclo sin duda agotador, en lo mental, emocional y corporal.
Mi momento “clic” que puede ser el tuyo
Para muchas de nosotras, hay un momento de claridad. Un instante en el que algo hace clic dentro y decidimos creer en nuestra propia experiencia, sin importar lo que otros digan.
Para mí, esa epifanía llegó en un congreso donde escuché sobre epigenética: cómo nuestras elecciones de estilo de vida, nutrición y manejo del estrés pueden influir en la expresión de nuestros genes. No era pensamiento positivo new age. Era ciencia real, con estudios y datos, evidenciando cómo tener más control sobre nuestra salud.
Algo se quebró en mí ese día. Una creencia limitante que ni siquiera sabía que tenía.
Si había aspectos de mi salud que yo podía influenciar, entonces no era una víctima pasiva esperando a que los médicos me «arreglaran». Tampoco era una impostora inventando síntomas. Era alguien con una condición real que podía tomar un papel activo en su sanación.
Decidí investigar, aprender, experimentar. Probé estrategias nutricionales que redujeron mi inflamación. Cambié mi relación con el estrés. Aprendí a escuchar mi cuerpo en lugar de castigarlo. Comencé a tratarme con la compasión que le mostraría a una amiga querida.
Y algo extraordinario sucedió: comencé a mejorar.
Cuando mi endocrinólogo me miró desconcertado y dijo, «No entiendo qué está pasando, pero tu tiroides se está activando», supe que iba por buen camino. Tiempo después, los nódulos en mi tiroides simplemente desaparecieron. Mis anticuerpos bajaron a valores normales.
Pero lo que realmente transformó mi vida, no fue la mejoría física. Fue recuperar la confianza en autopercepción. Fue permitirme confiar en lo que sentía como expresión real, válida y digna de atención y cuidado.Fue, finalmente, dejar de ser una impostora en mi propia vida.
Y esto es lo que quiero para ti también.
Apostar en ti en lugar de impostar
Romper el ciclo del síndrome de la impostora cuando vives con una enfermedad crónica no es un evento único. No hay solución mágica. Es un proceso, a veces lento y con retrocesos, pero siempre avanzando hacia una relación más sana y compasiva contigo misma.
Te comparto a continuación las estrategias que me ayudaron a mí y que he visto funcionar en muchas otras mujeres. Elige la que más resuene contigo ahora y comienza ahí.
1. Conviértete en la experta de tu cuerpo
El conocimiento es poder, especialmente cuando se trata de salud. Y no me refiero a convertirte en tu propia doctora, sino a convertirte en una participante informada y empoderada en tu propio cuidado.
Cuando entiendes tu cuerpo, lees tus propios análisis de laboratorio, conoces los mecanismos básicos de tu condición y los factores la influencian, algo cambia. Es más difícil que otros te convenzan de que imaginas cosas cuando tienes datos, patrones, evidencia de tu propia experiencia.
Tu acción práctica ahora:
Pide copias de TODOS tus análisis de laboratorio. No solo los que tu médico considera «importantes». Investiga qué significa cada marcador. Aprende cuáles son los rangos óptimos, no solo los «normales» (porque «normal» a menudo no es lo mismo que «saludable»).
Comienza un diario de síntomas donde registres no solo lo que sientes, sino también qué comiste ese día, en qué momento de tu ciclo menstrual estás, cuánto dormiste, qué niveles de estrés experimentaste, qué eventos significativos pasaron. Hazlo durante al menos un mes.
Los patrones que emerjan de este registro validarán tu experiencia de una forma que ningún médico externo puede hacer. Podrás apreciar las conexiones entre tu alimentación y tu inflamación, entre tu estrés y tus síntomas, entre tu ciclo y tu energía. Esta evidencia concreta es poderosísima para silenciar esa voz que dice que estás inventando todo.
2. Recurre a profesionales que te vean como un ser humano integral
No todos los profesionales de la salud entienden las enfermedades autoinmunes o la inflamación crónica de la misma manera. Algunos están más actualizados en la investigación emergente, en un enfoque más integrativo y muestran más empatía y mejores habilidades de escucha.
Tú mereces trabajar con este tipo de profesional, no con aquel médico que te hace sentir invalidada repetidamente, minimizando tus síntomas, y haciéndote sentir como una paciente «difícil» o «quejumbrosa», tienes permiso de buscar otra opinión.
No es deslealtad. No es ser problemática. Es autocuidado.
Tu acción práctica ahora:
Si actualmente tienes un médico que percibes no te escucha, busca alternativas. Solicita referencias en grupos de apoyo sobre tu condición específica. Busca profesionales con experiencia en medicina funcional o integrativa. Lee reseñas donde se mencione específicamente que el doctor «realmente escucha».
Cuando acudas a la primera consulta de ese nuevo profesional, observa: ¿Hace contacto visual? ¿Toma notas de lo que dices? ¿Hace preguntas sobre tu estilo de vida, no solo sobre tus síntomas? ¿Se toma tiempo? Estas señales te dirán mucho sobre si es la persona adecuada para acompañarte.
3. Deja de pelear sóla esta batalla
El aislamiento es uno de los combustibles más potentes del síndrome de la impostora. Cuando estás sola con tus dudas, tu dolor, tu confusión, es muy fácil creer que eres la única que se siente así. Que hay algo fundamentalmente mal contigo que no está mal en otras personas.
Pero cuando te conectas con otras mujeres que están viviendo experiencias similares, algo mágico sucede. Escuchas a alguien describir exactamente lo que has estado sintiendo, usando las mismas palabras que usarías tú. Y de repente, ya no estás loca. Ya no eres una impostora. Eres una más en una comunidad de mujeres valientes transitando el mismo entorno difícil.
Esta conexión es profundamente validadora y sanadora en manifestaciones que a veces sorprenden hasta a las investigadoras que estudian el apoyo social.
Tu acción práctica ahora:
Busca tu tribu. Únete a grupos de apoyo, ya sean presenciales en tu ciudad o en línea (que pueden ser incluso más accesibles). Busca comunidades específicas para tu condición, no generales de «enfermedades autoinmunes».
Considera trabajar con un health coach o terapeuta que entienda específicamente las dinámicas únicas de vivir con enfermedad crónica. Alguien que no solo te ayude con estrategias de nutrición y estilo de vida, sino que también entienda el peso emocional y psicológico de lo que estás viviendo.
Lee blogs, memorias, libros de mujeres que han vivido condiciones similares a la tuya. Sigue cuentas en redes sociales de personas que hablen abiertamente sobre sus experiencias con enfermedades crónicas.
4. Tu mejor amiga eres tu misma
La Dra. Kristin Neff, pionera en la investigación sobre autocompasión, describe este concepto de manera sencilla y hermosa: trátate a ti misma con la misma amabilidad como tratarías a una buena amiga que sufre.
Razona un momento. Si tu mejor amiga acude a ti sintiéndose exhausta, con dolor, indispuesta a seguir, ¿le dirías?: «deberías poder con esto», «otras personas lo tienen peor y no se quejan tanto», «probablemente lo estás exagerando». Por supuesto que NO, le dirías que descanse, se cuide, que su dolor es válido y merece apoyo y comprensión.
Entonces, ¿por qué no te das ese mismo regalo a ti misma?
Para las mujeres con enfermedades crónicas, la autocompasión es particularmente importante porque contrarresta directamente mensajes tóxicos como «deberías poder manejar esto mejor» o «no eres suficientemente fuerte». Investigaciones científicas demuestran que la autocompasión está asociada con menor inflamación sistémica, mejor manejo del dolor crónico y mayor adherencia a comportamientos saludables.
Tu acción práctica ahora:
La próxima vez que notes que estas siendo dura contigo misma por tus limitaciones o síntomas, pausa por un momento. Respira. Y pregúntate: «¿Qué le diría a mi mejor amiga si estuviera en esta situación?»
Luego, expresa tales palabras a ti misma. En voz alta si es posible, o escríbelas en tu diario.
En los días particularmente difíciles, escribe una carta de compasión a ti misma. Escribe como si fueras esa amiga amorosa que sabes ser para otros. Guarda estas cartas y léelas cuando necesites recordar que mereces ser amable contigo.
5. Reescribe tus reglas del éxito
Las reglas del éxito y la productividad que aprendiste fueron diseñadas para cuerpos que no tienen enfermedades crónicas. Para personas que pueden mantener el mismo nivel de energía día tras día. Para un mundo que asume que todos operamos igual.
Pero tú no vives en ese mundo. Y cuando intentas seguir jugando según esas reglas, estás destinada al constante fracaso y a la auto-recriminación infinita.
Necesitas permitirte redefinir qué significa tener un «buen día» y qué constituye un verdadero logro en tu vida actual. Algunos días, simplemente levantarte de la cama es una victoria monumental. Otros, decir «NO» a un compromiso para preservar tu energía es un acto de profunda sabiduría, no de debilidad. Como también pedir ayuda en lugar de esforzarte más allá de tus límites es el logro más importante.
Tu acción práctica ahora:
Toma una hoja de papel y haz dos columnas. En la primera, escribe «Victorias Tradicionales»: cosas que siempre has considerado logros. En la segunda, escribe «Victorias Reales»;cosas que ahora reconoces como verdaderos actos de fuerza y sabiduría
Pon esta lista en algún lugar visible. Y cada noche antes de dormir, identifica al menos una Victoria Real que lograste ese día. Celébrate por ella con la misma intensidad con que celebrarías un logro más «tradicional».
6. Acepta que sanación no es una línea recta
Una de las formas crueles en que el síndrome de la impostora se manifiesta en la enfermedad crónica es esta creencia: «Si realmente estuviera haciendo las cosas bien, mejoraría de forma constante y predecible. Vivir un mal día, significa que mi progreso se perdió y que nunca voy a mejorar».
Déjame decirte algo que espero asimiles hondamente: la sanación de condiciones autoinmunes e inflamatorias es inherentemente compleja, con altibajos, avances y retrocesos. Es dos pasos adelante, uno atrás. A veces es un paso adelante, dos atrás, y luego tres adelante.
Tu cuerpo no es una máquina que simplemente se «repara» siguiendo un manual. Es un ecosistema complejo respondiendo a múltiples factores. Por lo que un día malo no significa que hayas fallado o que no funciona lo que haces. Tampoco que retrocediste al punto de partida. Significa que eres un ser humano con un cuerpo complejo viviendo en un mundo impredecible.
Tu acción práctica ahora:
Empieza a llevar un registro visual de tu progreso a largo plazo, no solo día a día. Puedes usar una aplicación de rastreo de síntomas, una hoja de cálculo, o simplemente un cuaderno donde cada semana o cada mes registres tu progreso general.
Rastrea múltiples áreas: nivel de energía, calidad de sueño, digestión, claridad mental, estado de ánimo, frecuencia de brotes, intensidad del dolor. Usa una escala simple de 1 a 10.
Luego, cada mes, mira hacia atrás. Compara dónde estabas hace tres meses, hace seis meses, hace un año. Esta perspectiva amplia te mostrará el progreso real que es difícil de ver cuando solo te enfocas en el día a día. Repasa este registro en días difíciles, como un ancla si te sientes a la deriva.
7. Dale espacio a tu duelo sin juzgarte
Aquí está algo que muchas personas (incluidos algunos profesionales de la salud) no entienden: vivir con una enfermedad crónica implica pérdidas reales que necesitas llorar.
Estás perdiendo la versión de ti que esperabas ser. La que podía hacer planes sin preguntarse si tendrá la energía ese día o ciertas capacidades o proyectos futuros. Quizás el trabajo que amabas o la maternidad idealizada. Estás perdiendo la inocencia de tener un cuerpo que «simplemente funciona» sin pensar constantemente en él.
Son todas pérdidas legítimas que merecen ser lloradas. Permitirte sentir la tristeza, el enojo, la frustración, o injusto de tu situación no te hace víctima o impostora. Te convierte en un ser humano procesando una experiencia genuinamente difícil. El duelo y la acción pueden coexistir sin contradecirse.
Tu acción práctica ahora:
Date permiso explícito de sentir todas las emociones que surjan, incluso aquellas etiquetadas «negativas» por nuestra cultura. La tristeza no es debilidad. El enojo no es ingratitud. La frustración no es falta de fe o esperanza.
Escribe cartas no enviadas. Cartas a tu condición, diciéndole todo lo que te ha quitado. Misivas a los médicos que te invalidaron, expresando lo que no pudiste decir entonces. A tus cuatrocuerpos (físico, mental, emocional y espiritual), procesando esa relación compleja que ahora tienen. Así darás voz a lo que sientes como rito liberador y sanador.
Considera además trabajar con un coach de salud integrativa especializado en enfermedades crónicas. Sí, existimos, y entendemos que lo que estás viviendo requiere un acompañamiento específico que otros especialistas no manejan.
Tu cuerpo no es tu enemigo. Tu enfermedad no te define. Y tú, definitivamente, no eres una impostora. Eres una mujer valiente navegando un camino difícil. Y estás lista para el siguiente capítulo de tu historia.
__________________________________________________________________________________
Referencias
Finkel Morgenstern, L., Arroyo Menéndez, M., & Gálvez Sierra, M. (2021). Estudio sobre el impacto emocional de la enfermedad crónica: Informe de resultados. Plataforma de Organizaciones de Pacientes. Recuperado de: https://plataformadepacientes.org/sites/default/f
Neff, K. (2015, septiembre/octubre). Los cinco mitos de la autocompasión. Psychotherapy Networker. Recuperado de: https://es.psychotherapynetworker.org/article/5-myths-self-compassion/
Samulowitz, A., Gremyr, I., Eriksson, E., & Hensing, G. (2018). “Brave men” and “emotional women”: A theory-guided literature review on gender bias in health care and gendered norms towards patients with chronic pain. Pain Research and Management, 2018, Article 6358624. Recuperado de: https://doi.org/10.1155/2018/6358624
